El “año nuevo” es simplemente una hoja de calendario, un cambio en los números, una simple tradición humana marcando el tiempo que escapa a nuestro control, y fluye sin cesar. Pero casi todos, al llegar el año nuevo, damos una mirada al que termina y soñamos con el venidero.
Lo pasado queda allí: fijo, inmodificable, casi pétreo. Con sus momentos buenos y sus fracasos, con sus sueños realizados y con los sueños que se evaporaron en el olvido, con la solidaridad y las omisiones. Lo futuro vendrá como llega cada día de nuestras vidas. Cada instante se presenta como una oportunidad que en parte depende de la prudencia y de las decisiones que adoptemos. En otra buena parte, depende del buen criterio y la buena voluntad de otros. En los dos casos, y aunque no siempre nos demos cuenta, depende de la equidad, del amor al prójimo y de un nuevo estilo de vida: uno más amoroso, más pacífico y más justo.
En el año que se inicia, podemos tener más energía, más entusiasmo, más convicción para compartir con los otros los buenos propósitos que declaramos cada fin de año. Así seremos más coherentes, menos egoístas, más abiertos a las opiniones ajenas y, por ende, mejores personas.
Sin lugar a dudas, en estas fechas, es casi una obligación para nosotros, hacer una reflexión de lo que este año nos ha dejado y de lo que, en éste, nos hemos llegado a convertir. Sin embargo, vale la pena aprovechar esta oportunidad, como todas las que la vida nos presenta, para valorar y analizar las distintas situaciones que nos han permitido crecer. Porque, si bien es cierto, que en esta época se oyen todo tipo de discursos emotivos sobre lo que deseamos para el año próximo, el proceso de crecer y evolucionar, usualmente es doloroso. Cada aprendizaje y etapa de maduración que alcanzamos es intensa.
El hecho de no estancarse y cooperar con la vida, siempre cambiante y en movimiento, nos obliga a evolucionar, no solo como individuos, sino como sociedad, compartiendo el dolor propio y el ajeno. Lo importante es, por tanto, el aprendizaje obtenido que nos hace más fuertes y mejores seres humanos.
Ésta es una invitación, en primera instancia, a reflexionar en lo que el 2019, a través de las experiencias vividas, nos ha dejado como aprendizaje, para poder crecer, evolucionar y seguir adelante. Y por otro lado, aquilatar el propio aprendizaje, siendo empáticos con nuestros semejantes. Con aquellos que tienen situaciones, no digamos más duras que las propias, porque cada quien sabe “cuánto pesa su propia cruz”, sino distintas y necesarias, con aquellos a los que les falta un abrigo, techo, alimento, o un amigo. Creo que, en eso, consiste nuestro aprendizaje como sociedad.
Por Celeste Paiva