HOMENAJE A ABEL MELLO por CELESTE PAIVA

“La Muerte que allí venía …”

Cortó el fino hilo de seda, el sábado 10 de febrero, de este 2024, para recibir al
sufriente en una transacción que asegura la paz eterna. Y así, Abel Mello, profesor de
Historia y hombre político, a los 78 años, cumplía su itinerario vital entrando al vallado
sombrío y sin retorno. No obstante, evocando los versos del soneto de Lope de Vega:
“Ir y quedarse y con quedar partirse / partir sin alma e ir con alma ajena …” sentimos
que la suya aquí se queda, porque tanto su tránsito por la docencia, como por la vida
política, hacen memorable lo vivido.

Eran suyas las acciones generosas del bien que no espera recompensa; del acto
justo sin importar cuán alto fuera el precio que se tuviera que pagar. Tuvo el sueño
luminoso de vivir con el espíritu de la entereza humana, y la tenaz convicción salvadora
de derrotas. Tan visionario como realista, movía la balanza del criterio inclinándola a
donde debía inclinarse, con un sentido selectivo y moral.

Fuimos amigos desde el pasado adolescente hasta la actual senectud, y ya desde
ese ayer, Abel consideraba que no se debía andar por el mundo al garete, sino vivir
conforme a normas de conciencia. Tenía la comprensión suficiente para saber que
existe un orden humano, cada parte ocupa su lugar, pero el alma debe estar en la
cúspide, en el puesto de mando.

“Amigo de sus amigos”, el transitado verso manriqueño afirma cada rasgo de su
personalidad, porque nuestro amigo consideraba la amistad como una contribución al
sentido de la vida. Es que lo movía el empuje del sentimiento, que no dependía de
alegaciones, ni intereses, ni valores compartidos, por más importantes que éstos
fueran.

Admirado por quienes profesaban su mismo credo nacionalista, como por
aquellos contrarios a su política partidaria. Bienquerido por amigos y familiares, tendrá
el privilegio de discurrir por las milagrosas pompas de los corazones.

En lo político, vivió para más allá de sí mismo, superando los estrechos límites del
individualismo. Ya fuera en la presidencia de la Junta Departamental, como en la
Dirección de Cultura, de la intendencia de Artigas, o en el Directorio del Banco de
Seguros del Estado. En tanto que, la docencia significó lo inalienable de su persona.
La vida familiar constituyó el ápex, así como el punto dominante del sol que
arrastra a los astros, así, Abel fue subyugado por sus nietos. Esta ventura esencial
alumbró el espacio de la vida que correspondía al abuelo. Abuelo, padre, esposo:
contemplaba a sus hijos con el orgullo del creador, seguro de que nada más le haría
falta en la vida. El matrimonio compartió la preocupación social y la responsabilidad
educativa; se identificaban en el amor, como si uno y otro fueran el anverso y el
reverso de la misma medalla.

Y aunque tenía sed de vida, de vida auténtica (como dijo Unamuno sobre el
Quijote) la enfermedad le demostró que no podía zanjar a su favor. Así que, cuando
llegó la muerte, partió en paz, en honda y serena paz; seguro de que los lances de la
vida ocurren según el querer de Dios. Tal vez, creyó que encontraría el horizonte
abierto de un cielo superior e incorruptible: el Empíreo, entre ríos de luz “… por el
amor que mueve el sol y las demás estrellas”.

Por Celeste Paiva

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