Entre calles de tierra y esfuerzo cotidiano, un grupo de vecinos viene sembrando esperanza desde hace ya seis años. A la cabeza está Juan Saldaña, vecino del barrio Chaná, quien junto a su sobrina y un puñado de voluntarios, mantiene viva una de las redes de ayuda más sólidas y humanas de la ciudad: las ollas populares que alimentan cada sábado a decenas de personas en situación de vulnerabilidad.
“Arrancamos en 2019, cuando tuve una especie de ‘remisión’ —como le llamo yo—. Vi la pobreza con otros ojos, me conmovió profundamente y sentí que teníamos que hacer algo por la gente de Artigas”, recuerda Saldaña. Así, con los pocos recursos que tenían a mano, cocinaron las primeras raciones. Lo que comenzó como un pequeño gesto familiar, se convirtió con el tiempo en un compromiso colectivo.
Cada sábado, sin excepción, el grupo cocina, organiza las porciones y sale a repartir comida a quienes más lo necesitan. “Nos enfocamos especialmente en personas en situación de calle, pero también ayudamos a familias con niños, a vecinos que están pasando mal y a quienes nos recomiendan otros vecinos que conocen su realidad”, cuenta.
La tarea no es sencilla. Pero sí constante. El año pasado, cerraron el ciclo con un promedio de 90 comensales por sábado. “Y no solo del Chaná”, aclara Juan. “También llegamos a otros barrios como Rampla, el 19 de Junio, y varios más. Tenemos referentes en cada zona, vecinos que nos avisan si alguien necesita, y nosotros nos organizamos para llegar”.
Lo que moviliza a este grupo no es más que el deseo de tender una mano. “La sensación que nos queda después de cada jornada es indescriptible. Sabemos que no es mucho, pero ese granito de arena puede marcar una gran diferencia. Nos llena el alma”, confiesa con emoción.
La logística detrás de cada olla es compleja, pero sostenida gracias a la solidaridad. “Desde el inicio nos apoya el Rotary y, sobre todo, los vecinos. Hay quienes donan arroz, aceite, verduras… lo que pueden. Incluso tenemos colaboradoras en Salto y Sequeira que, cada mes, nos mandan encomiendas sin buscar reconocimiento. Una de ellas ni siquiera quiere que digamos su nombre”, relata.
Todo se coordina desde su propia casa, ubicada en Fortunato Posada 176, en el corazón del barrio Chaná. Allí reciben donaciones de todo tipo: alimentos no perecederos, utensilios, y también manos dispuestas a colaborar.
“La ayuda siempre es bienvenida”, dice Juan. “Porque esto no es mío, ni de mi familia. Es del barrio, es de todos. Y mientras haya necesidad, vamos a seguir”.